Brasserie


No debe de tener menos de veinticinco, pero el falso recato de su mirada, la inocencia fingida en el modo de acomodarse la falda hacen que parezca una muchacha de 18 años recién cumplidos. El límite legal. Es menuda pero de un atractivo insolente, con esa manera a primera vista casual de morderse las uñas que vuelve locos a determinados hombres. Hay un elemento equivocado en su actuación, tal vez porque no espere reunirse todavía con nadie: está leyendo el diario con verdadera atención, un detalle impropio de su extrema juventud simulada. Tendría que aprender de mí, que me oculto tras las páginas de Le Figaro sólo para poder observar con comodidad a la concurrencia.

Esta brasserie es mi predilecta. El servicio es atento y discreto, convenientemente cómplice. Frédéric, el camarero del turno de la mañana, me adora desde que lo hice aparecer como secundario en "Los ahogados del Sena". Desde entonces, sin necesidad de hacerle expreso mi deseo, y con una perspicacia que habrá adquirido como ávido lector mío, se ocupa de acompañar a la mesa contigua a aquellos clientes susceptibles de mi escrutinio. Frédéric se ha vuelto tan útil que merecería un papel protagonista, pero es demasiado cándido para convertirse en detective. La chica de hoy, sin embargo... Muy acertado ese minúsculo vestido suyo, blanco que contrasta con la oscuridad de su corazón, corto para dejar a la vista las piernas que son el inicio de todo pecado.

Sí, definitivamente, esta jovenzuela servirá como instigadora de los crímenes de mi próxima novela.